3 de mayo de 2012

SITIO Y CAÍDA DE LA CIUDAD DE MASADA.

En el año 73 d. C., tres años después de la caída de Jerusalén, Masada era el único foco de resistencia a los conquistadores romanos, que acogió a grupos de refugiados de Jerusalén, y desde la cual se lanzaron numerosos asaltos contra unidades romanas y aldeas judías durante los dos años siguientes.
Vista general de Masada.
  Hastiado por los problemas que suponía la existencia de una Masada aún rebelde, el gobernador romano de Judea, Lucio Flavio Silva, marchó hacia la fortaleza dispuesto a asediarla con un ejército compuesto por una legión romana (la Legio X Fretensis), cuatro cohortes auxiliares y dos alas de caballería. Para albergar estas tropas dispuso la creación de ocho campamentos que rodearan la fortaleza, ubicados tanto en la planicie occidental como en la llanura costera oriental, que pudieran acoger un contingente de 9.000 hombres, entre legionarios y auxiliares, a los que habría que sumar seguidores y prisioneros judíos esclavizados. También se erigió una muralla que rodeara la fortaleza, de tres kilómetros de longitud y una altura original de tres metros, reducida a la mitad en la actualidad debido a la intensa erosión que existe en la zona, un efecto también apreciable en los muros de los campamentos. Las labores de construcción de las murallas estaban reservadas a los legionarios: al ser una labor muy específica y fundamental para el éxito del asedio, Silva sólo empleó soldados de confianza, dejando a los esclavos y a los auxiliares otros menesteres, como el aprovisionamiento de agua y otras labores de mantenimiento general.

  Dentro de Masada, los sicarios fueron conscientes de que el asalto final del ejército romano llegaría. Según el relato de Josefo, el entonces líder de los sicarios, Eleazar ben Yair, reunió esa noche a sus hombres en el palacio occidental, pronunciando un discurso donde propuso darse muerte ellos mismos para evitar ser hechos prisioneros y vendidos como esclavos. De esta forma, dado que el suicidio como tal es denostado por las leyes del judaísmo, los hombres mataron a sus familias, y posteriormente eligieron por suertes a diez de ellos para quitar la vida al resto. Finalmente, entre estos diez eligieron de nuevo a uno que acabó con la vida de los demás, y antes de darse muerte prendió fuego a la fortaleza, excepto a los depósitos de víveres, para así demostrar a sus enemigos que actuaban por resolución, no por desesperación.

  A la mañana siguiente los legionarios romanos colocaron pasarelas sobre la muralla incendiada e irrumpieron en la fortaleza, preparados para combatir a los sicarios, mas toparon con un silencio sepulcral y la visión del fuego y de los cuerpos sin vida de sus enemigos. Únicamente hallaron con vida a una anciana y una mujer, parienta de Eleazar, que se habían refugiado junto a sus hijos en una de las galerías subterráneas que conducía a las cisternas, siendo quienes relataron las últimas palabras que el líder sicario pronunció a sus hombres. Impresionados por la resolución de los sicarios, los romanos perdonaron la vida a los supervivientes, escribiendo Josefo sobre este episodio: “Cuando allí se toparon con el montón de muertos, no se alegraron, como suele ocurrir con los enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado con sus obras”.


Trabajo realizado por
Lillis Mauris Mora Carrillo, alumna de 3º ESO A.
IES LUIS COBIELLA CUEVAS
SANTA CRUZ DE LA PALMA.

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