En
el año 363 (concretamente, el 29 de mayo – hace 1649 años) se enfrentan el ejército de Juliano y el del rey
persa Sapor II, cerca de Ctesifonte.
Según el relato de Amiano Marcelino,
que participó en la batalla, los romanos obtuvieron una sorprendente victoria,
aplastando a los enemigos, a pesar de que éstos contaban con la presencia de
elefantes en sus filas. Aunque el choque en sí acabó con la victoria
sobre el campo de batalla de las fuerzas romanas, la muerte del emperador
Juliano y la lejanía de las líneas de suministro romanas supuso la victoria estratégica
persa.
Sarcófagos
imperiales en el exterior del Museo Arqueológico de Estambul. El
correspondiente a Juliano es el situado a la izquierda de la foto.
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El creciente malestar entre la población civil
y el ejército - Libanio habla de una conspiración
en su seno -, acabaron empujando al cada vez más aislado Emperador a huir hacia
delante con su gran ofensiva contra el Imperio sasánida. Desoyendo a sus consejeros
paganos, se lanzó así a una aventura de dudoso resultado, espoleado también por
su megalomanía de emparejarse con Alejandro Magno. Para evitar una
larga guerra de posiciones y desgaste - que se suponía beneficiaba a los persas
- Juliano contaba con la alianza del
rey armenio Arsaces. La intención de
esta gran expedición de 65.000 hombres parecía ser la instalación en el trono
persa del príncipe Hormisdas, hermano del Rey persa Sapor II, que había huido
al Imperio romano en 324.
Los testimonios de Zósimo y Amiano Marcelino
permiten una reconstrucción bastante precisa de la marcha del ejército romano,
iniciada en marzo de 363. Una gran victoria lograda cerca de Seleucia del Tigris permitió a Juliano
alcanzar la capital sasánida, Ctesifonte sin mayores contratiempos.
Pero ante la imposibilidad de tomarla por asalto, decidió marchar hacia el Norte,
en busca de la unión con la columna conducida por su lugarteniente Procopio.
Para conseguir una mayor rapidez de movimiento, ordenó inopinadamente la quema
de la flota, que hasta entonces había acompañado al ejército a lo largo del
Tigris, lo que sin duda desmoralizó a la tropa. En el curso de una marcha agotadora,
continuamente hostigado por un enemigo que se negaba a presentar batalla, Juliano
sucumbió en una escaramuza. El Emperador fue llevado a su tienda donde fue
atendido por su médico personal Oribasio de Pérgamo, que no pudo
hacer nada por salvarlo, ya que tenía perforados el hígado y los intestinos. Después
de conferenciar con algunos de sus oficiales, el Emperador falleció. El corto
reinado de Juliano terminaba así en un completo fracaso.
Trabajo realizado por
Fabio Fernández Marrero,
alumno de 3º ESO A.
IES LUIS COBIELLA CUEVAS
SANTA CRUZ DE LA PALMA.